El perro se ha convertido en el animal preferido desde hace tiempo para depositar en él el amor que no puedo depositar en otro humano, ya que el perro permite ser dominado fácilmente, mientras que el humano lucha por esa dominación consigo mismo.
Evolucionar no significa necesariamente estar en un estado mejor, sino más bien seguir el camino determinado. El capitalismo ha experimentado cambios desde sus inicios y ha atravesado diversas fases.
Cada una de estas fases siempre ha estado respaldada por una cultura que lo avala, legitima y justifica, ya sea a través de la acción misma o mediante los sistemas culturales impuestos por el capitalismo, así como por aquellos que reaccionan frente a estos sistemas de adoctrinamiento.
En esta etapa del capitalismo, ocurre exactamente lo mismo, pero con nuevas instituciones sociales y culturales, y con las antiguas que deben reformular sus conceptos y experiencias, ya que han superado la fase de ser zombis (medio muertos y medio vivos) para convertirse simplemente en un humo tóxico que dependerá de la interpretación de cada individuo.
No es libertad, sino libertinaje, creer que una familia puede constituirse con 4 perros. Sin embargo, para llegar a esa idea, la evolución cultural ha experimentado variables y pilares que me gustaría compartir, desde mi perspectiva.
Al romperse la idea de colectividad, partiendo desde la noción misma de la familia tradicional, se profundiza una individualidad que, analizada desde los parámetros necesarios para que el capitalismo funcione, dista mucho de lo que la individualidad considerada como tal desde la idea original instalada por Schmidt o, en el extremo opuesto, por Hegel.
La proclamada individualidad (‘nadie me construye, yo me construyo solo’) es una falacia, ya que nunca existió en ninguna ideología. Más bien, dejamos de ser moldeados por la familia para ser influenciados por un vasto supermercado de conceptos. Elegimos lo que creemos que nos conviene y lo adaptamos a nuestras necesidades, lo que nos lleva rápidamente hacia la anomia social.
La anomia social representa la falta de normas racionales en las relaciones sociales y está lejos de ser anarquismo. Esta ‘individualidad’ que es más bien una individuación nos hace sentir la soledad de nuestro ser, ya que los demás dejan de ser parte de mi contexto de apoyo; peor aún, no solo no existen, sino que se convierten en mis adversarios. Son aquellos con los que debo competir por un lugar que ya no me proporciona un sistema, sino que debo pelearlo sin normas o instituciones sociales.
La soledad nos abruma y, como consecuencia, surge el miedo al otro, lo que nos lleva a cosificarnos. Nos tratamos como objetos, ya que el amor no existe como una relación social.
En este contexto, las nuevas instituciones sociales no son líquidas, como diría Bauman, sino que simplemente coexistimos en instituciones creadas por un humo muy tóxico.
No se trata de libertad, sino de libertinaje y la falta total de responsabilidad hacia mí mismo, mi futuro y, evidentemente, hacia los demás, a quienes culpo por todos mis males.
Con esta perspectiva evolutiva, observamos cómo la ciencia triunfa sobre la religión. La filosofía, al cuestionar continuamente toda religión occidental, no hace más que perder en la batalla de las construcciones socioculturales, dando paso a otra religión desprovista de ciencia empírica, usada únicamente para justificar y dar sentido a la vida que el humo tóxico crea.
Es decir, se destruye, pero no se construye. Se niega, pero no se afirma nada.
En una sociedad donde el miedo al otro nos lleva a dominarlo como única solución para la paz social, donde la soledad nos agobia y el humo tóxico nos envenena, es bastante sencillo encontrar el amor que ha desaparecido entre los humanos en cosas o en otros animales que parecen ser más amistosos.
El perro no mueve la cola porque te ama como lo haría otra persona, sino porque espera su comida. No celebra tu llegada porque te extrañaba, sino porque llega su amo, su proveedor de comida.
El perro se ha convertido en el animal preferido desde hace tiempo para depositar en él el amor que no puedo depositar en otro humano, ya que el perro permite ser dominado fácilmente, mientras que el humano lucha por esa dominación consigo mismo.
No nos volvemos mejores por amar a un perro.
No somos mejores por cambiar a un perro por un chico que tiene hambre y a quien excluimos de nuestros círculos simplemente porque no pudo, según nuestra noción de mérito, ganarse la vida de otra manera. Es un chico, que eventualmente será un hombre, pero en este momento es un chico, y preferimos brindarle apoyo a un perro.
Un perro que acepta ser nuestro esclavo sin condiciones.
Estamos viviendo una etapa del capitalismo en la que estamos cosechando lo que se sembró en años y décadas anteriores para justificar la anomia y el colapso de instituciones que solían regular nuestra convivencia y nuestra responsabilidad hacia ella.
No se trata de regresar a instituciones, y mucho menos a morales donde los hombres satisfacían sus necesidades biológicas en los márgenes de la sociedad, pero sí debemos comprender por qué hoy valoramos más a un perro que a un niño.
Visto de esta manera, no es tan difícil entender cómo se ha gestado una nueva religión que nos ofrece consuelo y justificación a nuestra soledad, miedo, falta de amor, y la ilusión de libertad cuando aceptamos las cosas simplemente porque otra deidad así lo quiere.
Esta deidad es creada por los fondos especulativos que desde hace tiempo han estado desmantelando lo establecido. No necesitan construir nada porque ya no requieren trabajadores ni empleados; buscan seres que floten en sus ideas y se acostumbren a la toxicidad de sus vidas.
Esta deidad puede manifestarse en nuestro país como un perro que dialoga con el presidente electo y cuenta con el respaldo de los fondos buitres, quienes saben perfectamente que esta deidad no existe y, por ende, la inventarán a su medida.
Tan similar a su propia imagen y semejanza que es fácil notar cómo la nueva élite de poderosos con respaldo estatal promueven en las redes esta nueva religión, intentando convencernos de que la vida es hermosa, que un dios nos asiste y que el paraíso está a nuestro alcance, entre otras cosas.
No olvidemos que cuando dejamos de alimentar a los perros, ellos también pueden volverse en contra nuestro.
Fuente: Informe Norte – Noticias de la Zona Norte / Opinión / Darío Forni